La historia de Sagres es también la de la Costa Vicentina, una vasta área del sudoeste algarvío, entrando como una cuña por el mar y conocida desde la Antigüedad como Promontorium Sacrum. Este era el punto más alejado del mundo conocido, cuyo litoral escarpado, cubierto de agreste vegetación, está remarcado por cabos y acantilados constantemente batidos por el viento, en un escenario natural de exquisita belleza y calidad.
Se conoce en esta región una cantidad sorprendente de menires neolíticos, aislados o dispuestos en pequeños alineamientos y recintos. Pero es a partir del siglo VIII a.C. cuando los productos del Extremo Occidente atraen a los marineros del Mediterráneo, que Sagres entra definitivamente en la Historia y en la Leyenda del Mundo Antiguo. Aquí está el último puerto de abrigo en donde la navegación de Levante puede hacer escala antes de aventurarse en el Atlántico abierto. Subir al promontorio, consultar a los dioses, cumplir promesas, son los gestos que transforman al Promontorium Sacrum en referencia fundamental para todo marinero.
En documentos del siglo VII se menciona una Statio Sacra en estos parajes y en 779, siguiendo esta tradición de religiosidad, los restos mortales de San Vicente, el mártir de Zaragoza en el siglo IV d.C., son transportados desde Valencia hasta el Promontorium Sacrum, fin del viaje de Oriente a Occidente. Aquí, quedan depositados en la Iglesia del Cuervo, en un monasterium mozárabe que la mayor parte de los autores pretende localizar sobre los inhóspitos acantilados del Cabo de San Vicente, aunque estaría probablemente en su retaguardia, tal vez en el área de Raposeira, donde se atestigua un importante poblamiento de la Antegüedad Tardía y donde era practicable una horticultura capaz de sustentar un pequeño convento. Es bajo el domínio musulmán que el culto vicentino atrae a muchos peregrinos — cristianos del Norte, musulmanes y mozárabes. Su vitalidad se mantiene hasta mediados del siglo XII, cuando el fanatismo almorávide propicia la destrucción del santuario. Rescatadas por mar, las relíquias de San Vicente quedan a partir de este momento depositadas en la recién conquistada Lisboa.
Tres siglos más tarde, percibiendo la enorme importância del mar como fuente de ingresos, Enrique, el Navegador — ya propietario de casas en Lagos y Raposeira —, obtiene en 1443 la merced del regente D. Pedro, su hermano, para la creación de la villa do Infante en el promontorio de Sagres. Los documentos que referencian la construcción de dicha villa en el lugar que se llamaba “Terçanabal”, indican que la nueva población habrá sido fundada sobre las ruínas de un lugar en otro tiempo habitado.
Aquí vive el Infante hasta sus últimos días. De esa villa datan diversas cartas y su último testamento. Aquí muere, el 13 de noviembre de 1460. Sin embargo, la enorme erosión del lugar y el curso de la historia dejan pocos restos de esta población: vestigios de una muralla en diente de sierra (aquella que Francis Drake, el famoso corsario británico, atacó y ocupó en 1587, haciendo uno de los expedicionarios que le acompañaba un detallado mapa, que incluye perspectivas de todas las fortalezas situadas entre el Cabo de San Vicente y Baleeira), una torre-cisterna, los cimientos de un muro de guardavientos (hoy muy restaurado y coronado de falsas almenas), la llamada “rosa de los vientos” — una enigmática construcción puesta al descubierto, casualmente, en 1921. Y el conjunto, supuestamente auténtico, de la llamada Correnteza, integrada en el actual módulo de exposiciones.
El resto no va más allá del siglo XVI: la iglesia de Nossa Senhora da Graça (donde en 1459 se erigió la iglesia de Santa María), edificio cuyas reconstrucciones incluyen la puerta, allí tardíamente aplicada y en cuyo interior se localizan lápidas funerarias de la época de los Austrias; la muralla abaluartada, remodelada a finales del siglo XVIII; la antigua casa del governador de la plaza; y un curioso edificio, reconstruido en el lugar donde algunos sugieren, sin fundamento, que, antes, podría haber estado la casa de Enrique, el Navegador.
Pero es la carga mítica del lugar la que despierta, todavia y siempre, el lado más oscuro e irracional de nuestra memoria colectiva. Esto lo comprueban las polémicas en torno de la intervención arquitectónica de los años 90 que procuró transformar la parcela construida en centro útil del gran monumento que es todo el promontorio, com respeto por el lugar pero sin servidumbre al estilo ni poses historicistas. En la Correnteza (parcialmente destruida a finales de los años 50), y manteniendo la idea de plaza entre los edifícios y la muralla, se dispone un centro de exposiciones y servicios de apoyo a los visitantes — de modo a hacer más útil la estancia en este lugar cargado de memorias.