La flora de la Punta de Sagres, resultante de condiciones específicas, representa un aspecto singular de la excepcional diversidad botánica del Promontorio Vicentino, uno de los valores más relevantes del Parque Natural del Suroeste Alentejano y de la Costa Vicentina. Este patrimonio natural, de características únicas, merece el cariño y el empeño de todos nosotros para su conservación.
La punta de Sagres, donde se encuentra la Fortaleza, consiste en una imponente plataforma de calcáreos compactos del Jurásico que se enfrenta al mar con acantilados verticales de 40 metros de altura. En la altiplanicie, de relieve poço acentuado, afloran los calcáreos carsificados formando un lapiaz: un entramado de cuevas y grietas rellenadas por arcillas rojizas resultantes de la disolución de la roca por el agua. Sin embargo, estos suelos se encuentran ahora muy mezclados, llegando a estar en ocasiones, recubiertos con arenas provenientes de antiguas dunas cuaternarias.
El clima aquí, como en todo el Promontorio Vicentino, es de tipo mediterráneo seco, aunque matizado por el entorno atlántico. Se caracteriza por inviernos templados – la media de las temperaturas mínimas del mes más frío se mantiene en los 10,7°C – y veranos frescos debidos a las nortadas constantes. La precipitación media anual no supera los 438 l/m2, con seis meses secos. El viento recio, debilitando los efectos de la elevada humedad atmosférica, acentua la facies semiárida del periodo estival.
Los suelos y el clima no constituyen los únicos condicionantes de la vegetación del sitio. La presencia secular del hombre y el casi aislamiento insular del promontorio, que la muralla de la Fortaleza refuerza, también son factores determinantes del actual paisaje vegetal.
Como entender, por ejemplo, la ausencia de formaciones arbustivas tan características de la Costa Vicentina, como las de la sabina marina (Juniperus turbinata), que habrán existido aquí, como se puede desprender de un mapa del siglo XVIII donde aparece referido «Mathinho d’Zimbro»? Parece legítimo suponer que, en cuanto funcionó la Plaza de Armas, la utilización de los arbustos como combustible y posiblemente las quemas sistemáticas habrán contribuído para reducir la vegetación a las comunidades subarbustivas y herbáceas de hoy.
A pesar de que la Fortaleza perdió hace mucho tiempo su función miltar, la presión humana se mantuvo con el turismo y la pesca con caña, teniendo como resultado, un intenso pisoteo a lo largo del reborde de los acantilados. En función de esta presión antrópica, de la influencia del viento y de la salinidad, así como del tipo de suelos, pueden observarse en el recinto de la Fortaleza cuatro sectores ecológicos principales con agrupamientos florísticos específicos, es decir, pequeñas unidades de paisaje vegetal donde determinados tipos de plantas tienden a sobrevivir en conjunto.
El primer sector (A), caracterizado por suelos alterados por la deposición de escombros y de objetos orgánicos, abarca el área envolvente de las construcciones donde proliferan, en detrimento de la flora autóctona, una exótica introducida por el hombre: la hierba del cuchillo (Carpobrotus edulis). Aquí las plantas nitrófilas aprovechan el alto contenido de sales de esos terrenos perturbados para invadirlos: es el caso de la malvaloca (Lavatera ssp.) o del vistoso puerro silvestre (Allium ampeloprasum), pero también de la orzaga (Atriplex halimux) y de la barrilla (Salsola vermiculata), éstas típicas del reborde de los acantilados.
En el segundo sector (B), constituido por los acantilados, la intensidad del viento, cargado de salitre y la escasez de suelos condicionan drásticamente la vegetación. El hinojo marino (Crithmum maritimum) y el limonio (Limomium ovalifoliumm) brotan de las grietas en la roca desnuda.
En la cima de los acantilados, además de las ya referidas, sobrevive la Lavatera mauritanica, una planta anual de hermosas flores purpúreas, considerada vulnerable. En los afloramiento de la roca, se forman unos pequeños encespedados con plantas de ecología muy peculiar como consecuencia de su adaptación a la elevada salinidad de los suelos y al pisoteo, como por ejemplo el tapizado brezo de mar (Frankenia laevis), de florecillas color lila.
Ya en la meseta, pero frecuentemente llegando hasta el reborde del acantilado, en los suelos calcáreos de textura arcilloso-arenosa, se encuentra un tercer sector (C), el más precioso de todos teniendo en cuenta la diversidad y el grado de endemismo de su flora. La estrella de mar (Asteriscus maritimus) de pétalos amarillos domina esas formaciones subarbustivas de aspecto almohadillado También característica de este sector es la espinosa alquitera (Astragalus tragacantha ssp. vicentinus), un endemismo muy confinado del Promontório Vicentino y amenazado de extinción. Están acompañados por el afelpado y ceniciento teucrio (Teucrium vicentinum) y, en sitios más abrigados de la marejada, por el tomillo endémico del sudoeste portugués, el Thymus camphoratus, de inflorescencias rojo-purpuradas. Señalar todavía un pequeño núcleo de Bellevalia hackelli, un endemismo lusitano cuya área de distribución es muy rara y puntualmente excede el Algarve calcáreo, y la floración otoñal de un lindo azafrán loco, Crocus serotinus.
Por fin aparece un cuarto sector (D) donde las arenas móviles rellenan las grietas del carst, permitiendo unicamente la instalación de una flora característica de las dunas de la costa suroeste de la Península Ibérica. Destaca en este paisaje casi desértico el narciso de mar (Pancratium maritimum), una bulbosa que florece en el verano aunque sus hojas verdes ceniciento son visibles todo el año.
Las cabecillas de color rosa de la Armeria pungens meciéndose con el viento, o el amarillo vivo del cuernecillo de mar (Lotus creticus) así como el azul intenso del Anagallis monelli dan, sin embargo, un toque de alegría primaveral en esta aridez. Curiosamente, también se encuentra aquí, aunque dispersamente, la camariña (Corema album), un arbusto endémico de la costa occidental ibérica, indicador de una vegetación dunar más evolucionada.